En muchas ocasiones nuestra forma cultural de estar en relación se genera a través de afinidades, atracciones, rechazos, anticipaciones, reglas tácitas, estructuraciones del tiempo, que generan formas de estar, de pensar, de sentir y en definitiva de ser. Todo esto va generando el conocimiento identitario de mí, del otro, de los demás, y de cómo son las relaciones. Esto evidentemente genera implicaciones personales, sociales, culturales y también políticas.
La mayoría de las veces todas estas implicaciones en el ser y el relacionarse transitan de una forma no consciente y por tanto no reflexiva, aunque no exenta de que quede algún saber de lo que ha acaecido. Alguna impresión pre-reflexiva, algún sentimiento no elaborado pero que en muchas ocasiones podemos seguir el hilo y conocer. Estamos viviendo siempre, tomamos implícitamente decisiones continuamente, muchas veces tácitas, indirectas pero que desde las cuales surgen consecuencias. Cualquier acto tiene consecuencias. Tal vez son intrascendentes pero otras veces generarán consecuencias no previstas.
Muchas veces cuando nos encontramos ante un conflicto personal no sabemos que sucede. Lo que sí sabemos es que sentimos algún tipo de malestar o que somos el protagonista directo de algún tipo de malestar. En ese momento nos ponemos a pensar o especular, sentimos el problema, nos acercamos a la persona e intentamos dialogar. Bueno. En verdad no, esto no lo practicamos en nuestra cultura. Más bien intentamos evitar el malestar tapándolo o evitándolo, no dándole importancia y haciendo ver que no ha pasado nada o lo que es peor poniéndonos a competir, oponernos o atacar sin sentido. En ocasiones esto no hace más que crecer el conflicto y más tarde o más temprano tenemos que afrontarlo puesto que está en nuestra vida. ¿Cuantas relaciones son tratadas desde la indiferencia hoy en día…?
Como seres sensibles que somos tendemos a conocer, estamos siempre conectados a nuestra sensibilidad y recibimos muchas impresiones de todas partes. Esto suele generar a veces cierto estrés o desgaste si nos sometemos a mucha estimulación, ya sea positiva o negativa. El caso es que solemos tender a estimulaciones positivas. A nadie se le ocurre estimularse poniendo los dedos en agua quemando, pero si en agua tibia cuando hace frío y eso nos gusta como seres corporales que somos. Si trasladamos esta analogía a nuestros cuerpos de persona, ese cuerpo más mental, que engloba nuestra forma de ser e identidad, igualmente tendemos a buscar lo positivo, lo que nos gusta. Y a repetirlo. Nos gusta la seguridad, la comodidad y saber que sucede y que nos sucede. Creo que esto es algo muy natural y dado, como seres humanos y mamíferos que somos. Esta idea que expongo podemos trasladarla a nuestro mundo social y cultural. Generamos instituciones que guardan nuestro mundo cultural construido hasta el momento. El problema es que muchas veces estas instituciones no transmiten los cambios que se generan continuamente a nivel cultural y se generan conflictos, bloqueos que pueden generar malestar. Un poco es está época posmoderna, donde vivimos una diáspora explosiva de libertad e irresponsabilidad en el mundo occidental que amenaza grandes desigualdades para el resto del mundo.
El sentido e intención de este texto no es hacer un análisis político de las implicaciones culturales e incidir en las instituciones sociales. Más bien es reflexionar de como interactuamos y vamos microconstruyendo pasito a pasito nuestras relaciones con los demás. La mayoría de las veces vamos suponiendo sobre los demás, creemos saber sobre los demás, y eso genera vectores de comportamiento y decisión sobre los demás. Y si bien es cierto que conocer a los demás es algo que se va dando no tendríamos por qué fijar en los demás nuestras suposiciones de cómo son ellos. Evidentemente esto es muy difícil si seguimos calculando a los demás en nuestro fuero mental interno, privado y secreto. Aquí es donde podríamos aprender a dialogar, que no es más que ponernos a pensar juntos sin necesidad de concluir ningún supuesto saber sobre mí o el otro. Y de allí naturalmente surgiría algún conocimiento consciente y reflexivo. En esta breve reflexión invito a leer sobre el concepto de no-saber de Harlene Anderson y de las prácticas colaborativas y dialógicas, puesto que mi inspiración al escribir esto viene de ahí.
Esto que estoy diciendo tiene muchas implicaciones. Si yo me dispongo a escuchar y reflexionar junto con los demás es muy probable que tenga que escuchar cosas que no me gustan o que si me gustan, pero igualmente me pueden tensar o me evoquen respuestas. Hay algo que aprendí en un taller de Ken Gergen, que básicamente viene a decir, “nada es requerido”. Podemos escucharnos, y podemos no decidir nada. Existe un tiempo para la escucha reflexiva, que es profunda conexión de estar juntos y existe un tiempo para decidir, pero primero vivamos el proceso desde la incertidumbre. La certidumbre vendrá en forma de acción. Démonos y demos tiempo para escucharnos y reflexionar. No es un tiempo de olvido, de ausencia o de evitación; no, eso es aislamiento e individualismo. Es un tiempo en el que tendremos espacio para escucharnos y darnos una respuesta. Tal vez la primera respuesta es darnos espacio relacional. En nuestra cultura no nos lo damos. Todo está tan estructurado, y a veces la estructura es invisible, que son como redes que impiden el paso a la vida.
La vida está viva. Todo lo que percibimos está vivo, es nuestra propia emanación, nuestro ver, nuestro sentir, tocar, oler… estamos aquí y allí imprimiéndonos en la vida. Reflexionar es algo más complejo, pero vivámoslo como un sentido de saber y sabernos. Muchas veces sabemos cosas de las relaciones y no sabemos ni porqué las sabemos. Forma parte de nuestros aprendizajes contextuales que implican nuestro ser y nuestra relación. Lo que propone está reflexión no es un saber más, sino una práctica bien sencilla: reflexionar juntos contactando nuestras sensibilidades y dejar que el proceso nos lleve a las acciones necesarias y adecuadas.